Fernando Vidal
Twitter @fervidal31
En la Chêne Chapel subo
por la escalera de caracol de fuera bajando cada vez más adentro. No sé ya lo
que es caracol y espirales de ramas. La llama de la cruz no deja de arder en la
vela mayor del roble. Entro en la diminuta capilla y sorprendo a todos mis
cuentos y seres fantásticos rezando allí, todos juntos. Me arrimo y hacen
sitio. Continúan contando su rosario de pétalos de rosa y yo mismo me hago
corchea de ese tendal.
Hay
un lugar donde duermen todas las palabras que hemos pronunciado, pensado o
soñado; todas las palabras que no han pasado por mi boca sino que han sido
dichas por los labios del hígado, del pancreas, del corazón y todos sus
hermanos menores. Todos ellos tienen labios, oído y vida interior, humilde
rebaño pastando y creando clorofila en mi interior.
Hay
un árbol en donde anidan todas las criaturas de mi fantasía, los espíritus de
las navidades y los vampiros de los terrores nocturnos, los fantasmas de los
vivos y las manos de los muertos que siempre estaban a punto de descorrer mi
colcha cuando trataba de dormir. Se albergan entre los canales de la corteza
los hormigueos de mi piel, aquellos lunares que parecían bichos que quizás
algún día se convertirían en un cáncer, las bacterias de moros como murciélagos
que combatían su guerra de los quince años en mis entrañas. Cuelga de una rama
el fruto maduro del apéndice que me cortaron en la infancia, uva pasa de la que
gotea un extraño vino amargo creando una cicatriz en la tierra que lo recibe y
bebe a su pesar. Revolotean alrededor de la gran copa de vino verde una nube de
hadas cuyas alas se agitaron en mi vientre provocando el vómito de las
mariposas y tiraban de mis pestañas cabalgando sobre mis párpados. Sentados a
horcajadas sobre las anchas ramas ríen y callan todos mis compañeros, a los que
ya les han crecido alas y cuernos, que son ya más criaturas literarias que
seres reales. Un centenar de santos tiemblan como llamas en la punta de las
ramas y una fiesta de pastores hierve bajo ellos al amparo de su luz en medio
de la noche.
Hay
un roble donde caben todos los sueños, cuyas ramas no se doblan por más peso
que carguen las batallas de flores, al que siempre se regresa aunque jamás te
hayas ido, un árbol que nada sabe de sangre sino sólo de la luz verde de la
fantasía que siempre deja pasar sin mérito ni recompensas. Lo único que te pide
es que no cese tu canción, que no dejes de contar a su sombra las cosas del
mundo porque el roble es ciego, su único ojo es una campana, caracola de la
abundancia que lanza palomas al cielo y las llama de nuevo con ramitas para
injertar la paz. Todos los retablos del mundo, de todos los libros, de todos
pánicos, gozos y alucinaciones, están labrados en su piel.
Cuando
el rayo de la muerte caiga sobre mí seré ya sólo lo que aquel roble haya
crecido alrededor de mí. Harán de mis recuerdos cámaras para los eremitas de la
nostalgia y los campaneros de la alegría. Mi lengua quedará en medio de la
plaza boqueando como pez fuera del agua y sobre tierra ya sólo seré lo que
vosotros hayáis habitado en mí.
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