Fernando Vidal
Twitter: @fervidal31
El
escritor Antony Burgess publicaba en 1952 la impactante novela "La naranja
mecánica", cuyo significado era tanto "la persona mecánica" como
"la sociedad mecánica". La denuncia y propuesta sociocultural que
hace refleja el intenso catolicismo cultural del autor, cuestión que ha sido
generalmente soslayada. “Aquella era una novela sobre la pérdida del libre
arbitrio. Nadie entendió bien que era un libro teológico” (Arroyo, 1982).
Burgess hizo una ácida crítica contra el Estado y el sistema que condiciona a
la persona privándole de la dignidad de su libertad y haciendo, por tanto, que
las categorías bien y mal dependan del poder o del aplauso de los poderosos.
La amenaza conductista del confort

Para
él, el condicionamiento ideológico -a través del confort seductor y no de la
represión violenta- nos aturde y distrae para no reconocer la realidad;
manipula la verdad y relativiza el bien y el mal. Incluso genera modelos
simuladores de rebeldía que no implican que el sujeto deba renunciara sus
comodidades. Lo expresa de esta manera, “Tal vez tiene ventajas ser conformista
en la vida social cuando nuestros trabajos dejan tan poco margen al
individualismo. .. Incluso los que se rebelan contra el conformismo encuentran
un conformismo propio, el uniforme del cabello largo, la barba, los pantalones
informales, los collares de cuentas o amuletos, por ejemplo, la inevitable
afición a la marihuana… Pronto mi reducción a una pieza de la maquinaria
comenzó a gustarme, a resultar reconfortante” (Ingersoll & Ingersoll, 2008).

En el pensamiento de Burgess, los prejuicios automáticos, la comodidad burguesa, la instalación en
la hipercrítica negativa, la autonomía insolidaria, la violencia, el relativismo y el integrismo,
el egoísmo, el debilitamiento de los vínculos, la corrosión de las comunidades,
la violación de los derechos… son los fenómenos que cobran personificación en
los matones de la Naranja Mecánica.
El
impacto de esta domesticación en la humanidad es desolador. En el sujeto se
forma una simulación de voluntad que le hace sentir que controla su vida. Es
más, al estar más autocentrado en sí mismo, le da la sensación de ser más
autónomo y dueño de su vida. Pero no es resultado de la libertad real de la
persona sino de estar más ensimismado. Frente al hombre conductualmente
condicionado que cumple unos papeles determinados a cambio de recompensas
simples, Burgess antepone el hombre interior. “No podemos dejar aparte al
hombre interior, el hombre que nos encontramos cuando debatimos con nosotros
mismos, el ser oculto preocupado por Dios, el alma y la realidad suprema”,
declaró Burgess (Ingersoll & Ingersoll, 2008).

Uno
de los principales impactos del paradigma del poder confortable es la
relativización de todo aquello que pudiera ofrecer contrariedades a la voluntad
de los poderosos. Las sujecciones morales de las personas deben ser removidas
para que no ejerzan resistencia a las conductas que el sistema requiere. La
alienación no sucede como en otros tiempos determinando qué se debe creer sino
convirtiendo todos los valores y significados en flotantes. En un mundo
relativismo, la razón pública se forma en función del poder y se desdibujan las
hondas raíces del mal. El mal pasa a ser una categoría maldita e imposible, una
desviación debida a la ignorancia, a la locura o a una insuficiente fuerza de
la educación y la ley. Las Ciencias Sociales no consideran el Mal como
categoría existencial sino como desviación y polo moral construido sin
sustancia real.

El
autor de Poderes terrenales enfatiza
que la humanidad debe ser especialmente suspicaz frente a los condicionamientos
con que el conductismo social y cultural doma a las personas. Esa preocupación
procede, según el autor de La naranja mecánica, a su formación católica: “El
hecho de que yo piense que cualquier tipo de condicionamiento está mal se debe,
supongo a la solidez de la tradición católica en la que me educaron… Mi razón
aprueba las convicciones que siento de forma visceral”. Eso le conduce también
a rechazar las formas religiosas impositivas, los programas de condicionamiento
de cualquier tipo y el uso del poder para lograr la confesionalidad. En su
interpretación, el propio Dios retiró su omnipoder del mundo con el fin de que
fuera posible la libertad humana. ¿Cómo van los hombres de Dios a usar un poder
que Dios mismo no quiso ejercer sobre la libertad de las personas? En su propia
explicación, "Si Dios da al hombre el poder del libre albedrío, puede
pensarse que se oculta a sí mismo deliberadamente. Un Dios omnisciente y
omnipotente, como gesto de su amor hacia el hombre, limita su propio poder y su
propio Conocimiento” (Ingersoll & Ingersoll, 2008).
Pese
a todo, Burgess, quien puso palabras a los homínidos de la película En busca del fuego, disfruta de una
confianza ilimitada en la condición humana: la interioridad humana no puede ser
domeñada hasta sus últimos abismos sino que siempre hay un fuego de libertad
que no puede ser apagado en lo humano. "Creo que soy optimista acerca del
hombre: creo que su raza sobrevivirá, creo que –le cueste lo que le cueste y
aunque tarde mucho- resolverá sus grandes problemas”, confía (Ingersoll & Ingersoll, 2008).
Para
Burgess, el diálogo entre Teología, Arte y Cultura era extraordinariamente
fructífero. No pretendía poner la razón pública ni la creatividad artística bajo
la confesionalidad sino que simplemente aportaba en clave propositiva la
riqueza del diálogo e intercambio: “Me limito a tratar de demostrar que algunos
términos que tomamos prestados de la Teología tienen validez en un enfoque
laico de nuestros problemas” (Ingersoll & Ingersoll, 2008).
El catolicismo como raíz y esperanza en Anthony
Burgess
Cuando
quedó huérfano de madre, su padre se casó en segundas nupcias con Margaret
Dwyer, que formaba parte de una familia intensamente católica. En su educación
la familia de su madrastra tuvo una enorme influencia y así siempre guardó una
especial admiración a uno de los primos de su madre, George Dwyer, un sacerdote
católico que posteriormente llegaría a ser obispo de Birmingham. Cuando en 1989,
The Independent le pidió que
distinguiera un modelo de referencia en su vida, Burgess señaló a aquel primo
de su madre, a quien describió como “un obispo católico-romano en la tradición
de Rabelais” (Fundación Internacional Anthony Burgess, 2016).

Eso
produjo en él una angustiosa disociación entre una tradición católica que
impregnaba su interior y su oposición a una teología que le imponía la imagen
de un Dios impositivo y punitivo. Movilizado por la II Guerra Mundial, fue
destinado a Gibraltar, donde conectó con la religiosidad popular –especialmente
recuerda la devoción de las procesiones del Corpus Christi- y tiende una vía
que le va a permitir un diálogo fluido entre su catolicismo y su desarrollo
personal: el arte. “Por suerte, el arte me ayudó a resolver la tensión”: “…pero
por Dios, ¿para qué sirven la belleza -y la verdad y la bondad- si no llevan
más allá de sí mismas?” (Burgess, 1993).
No
obstante, Burgess no halló una teología que sostuviera la idea de libertad que
tan hondamente había arraigado como su tema vital. Desde los 17 años dejó de
asistir a la Iglesia (Ingersoll & Ingersoll, 2008) y posteriormente se
manifestó como una persona católica sin fe. En un artículo de 1967 que tituló “Reflexiones
de un católico renegado” manifiesta que no tiene problemas doctrinales y que
incluso podría aceptar todos los dogmas “si tuviera fe”. “Fui criado como católico,
llegué a ser un agnóstico, flirteé con el Islam y ahora mantengo una posición
que puede ser definida como maniquea” (Obituary, 1993). Del Islam le atraía la
austera religiosidad y su simplicidad, “pero desafortunadamente el Corán es muy
mal libro. No hay mucho por leer en el Corán” (Ingersoll & Ingersoll, 2008).
A la hora de verse reflejado en sus lectores, consideró que “el lector ideal de
mis novelas es un católico no practicante...” (Cunnigan, 1973).
Así
todo, Burgess no rompió con el catolicismo. “Ahora en la vejez reconozco que no
se puede expulsar el catolicismo de uno
mismo. Es la única cosa que permanece. No hay nada más. Lo sostengo
literalmente” (Ingersoll & Ingersoll, 2008). Burgess volvería una y otra
vez seriamente a la preocupación religiosa y esa tensión entre libertad,
espiritualidad y confesión siempre permanecería viva. Burgess declaró para Paris Review en la primavera 1973: “Necesitamos
algo que subyace bajo la religión” (Cullinan, 1973). Incluso entrevistado por
Rosemary Hill en 1989, reconocería que “no me sorprendería en absoluto que la
escatología de mi niñez es real, que existan el cielo y el infierno”. Pero
Burgess permanecería riguroso respecto a la autenticidad de la fe religiosa: “Nosotros
los ingleses nos tomamos nuestro catolicismo seriamente, lo cual no hacen los
italianos ni franceses y eso hace que seamos más severos y obsesionados
respecto al pecado” (Cullinan, 1973). Burgess atribuía esa gravedad a la
influencia nórdica sobre la idea de infierno y a la base puritana de la cultura
inglesa: “Verdaderamente hemos interiorizado el infierno –quizás una noción muy
nórdica- y pensamos en ello cuando cometemos adulterio. Soy tan puritano que no
puedo describir un beso sin sentir rubor” (Cullinan, 1973). Para Burgess, el
verdadero Dios había abandonado el mundo y la humanidad está bajo el imperio de
un falso Dios: “Creo que un falso Dios impera temporalmente en el mundo y que
el verdadero Dios se ha ocultado” (Cullinan, 1973).
Para
Burgess, todo el conjunto de sus “novelas que he escrito son verdaderamente
católicas medievales en su pensamiento y la gente no quiere eso hoy” (Cullinan,
1973). Entiende que era contracultural para la literatura y la opinión pública
ilustrada de su tiempo. “Pienso que soy un jacobita, significando esto que soy
tradicionalmente católico”, pero paradójicamente de un modo tan libérrimo que “es
realmente una forma de anarquismo” (Cullinan, 1973).
Referencias
Arroyo,
Francesc (1982) Entrevista a Anthony Burgess. El País (Noviembre 30, 1982). http://elpais.com/diario/1982/11/30/cultura/407458802_850215.html
Burgess,
Anthony (1993) Arte y belleza de Dios. El
País (Diciembre 12, 1993). http://elpais.com/diario/1993/12/12/cultura/755650806_850215.html
Cullinan, John (1973) Anthony
Burgess, The Art of Fiction No.48. The
Paris Review (Spring 1973), no.56. http://www.theparisreview.org/interviews/3994/the-art-of-fiction-no-48-anthony-burgess
Fundación
Internacional Anthony Burgess informa
con precisión sobre el catolicismo del escritor en este post.
Ingersoll, Earl G. &
Ingersoll, Mary C. (Eds.) (2008) Conversations
with Anthony Burgess. Jackson (Mississippi): University Press of
Mississippi.
The New York Times (1993) Obituary
of Anthony Burgess. The New York Times
(November 26, 1993).
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