domingo, 3 de abril de 2016

El Aquarium de Yerka

Fernando Vidal
Twitter @fervidal31



Jacek Yerka (2007) Aquarium.

La interioridad une raíces y cielo, principio y final, en ella el mundo y sus cosas avivan, es un acuario abierto sin cristales ni pared, donde los peces no beben agua.

Lo evidente es un riachuelo que comienza a vivir y que respira por un tubo que echa burbujas en el interior del acuario. Lo evidente es que ese acuario está en la desembocadura de un río. Todo lo que comunica lo que nace y lo que muere es una estancia interior que es a la vez estrato geológico de la profundidad de la tierra y también nube profunda de la que cae una fina lluvia sobre los campos de los inicios. Esto es lo evidente. El surrealismo es asombro de lo inesperado que surge cuando se juntan cosas evidentes. La suma de las obviedades puede generar lo inesperado.

Miremos el río. En su empezar es casi sólo un camino embarrado. Es más camino que arroyo. Casi se distinguen las huellas de las ruedas de los carros. Su perspectiva se fuga al horizonte. Miras desde la juventud al futuro y todo va recto al infinito; los árboles que crecen a nuestros lados podrían sostener el Cielo. Al final de la vida todo es más cercano, los árboles se ordenan como un montón de regalos, no como un plan. Una pequeña playa para descansar y contemplar, más que un largo camino por recorrer.

Ahora acerquémonos a la estancia: el fondo del río tendría que ser irregular, cóncavo, arenoso. En cambio es geométrico, recto, cúbico. También lo alto del cielo debería ser convexo, esférico, ilimitado: pero es duro, anguloso y plano. En las alturas celestes no hay una bóveda infinita sino una estancia concreta, personal, delicada.

Por esa estancia pacífica circulan todas las corrientes. No es una pecera blindada sino que entran y salen por ella todos los momentos del río: cuando apenas culebrea, al abrirse paso pidiendo permiso entre piedras, cuando brota a puñados y comienza a romper la tierra, el río que se despeña y la aguas vivas que bajan violentas, la cascada que salta y el cauce que conquista sus fronteras, el río que excava rocas donde antes sólo escavaba arena, el caudal que inunda y crea un mundo interior, anchea y se da a la tierra, sostiene paisajes sobre sí y lleva consigo barcazas y mareas, la enorme corriente capaz de hacer girar el mundo y que amiga con la Luna, el delta que derrocha y se entrega a los orígenes y final de todo. Todas esas corrientes atraviesan la estancia pero ésta sigue siendo habitable pese a las escaseces, los trabajos y violencias.

El acuario es la interioridad del río y el curso de la vida. Entremos en ella porque su puerta es de agua y lo único que nos pide para entrar es que nos empapemos sin guardar la ropa. EL surrealismo nos reclama la máxima atención al detalle y el trance que lo trascienda todo. No es fácil entregarse si no hay confianza, pero la belleza que fascina de este cuadro, me hace creer que hay algo bueno y verdadero tras los velos del lienzo. Pasemos dentro.

No hay nadie y sin embargo cada cosa es una criatura. Las cosas han devenido criaturas o, más bien, cada cosa era en realidad algo vivo. Las dos lámparas medusa mueven la luz con sus tentáculos y transparencias. Nada está caído, la gravedad no impone su peso sino que permite la blanda danza de la suspensión. Entro y habito el acuario.

Un Escabel pulpo toma con ventosas mis pies y los absorbe poco a poco con su pico de terciopelo. La piel reptil del sillón es verde y húmeda pero no moja. El reloj de alga desprende los segundos pacíficamente. Abro el armario y su naturaleza actinia me deja ver una alta pila de papeles destintados. Pienso que el agua que respiro en este acuario es la tinta de tanto escrito con mi mano, la mirada, el sueño, la memoria y la oración. Se ha disuelto de los cuadernos y la piel y ahora ya es el medio en que respiro.

Habito a gusto la estancia de la interioridad. Un interior no cerrado, sin cristales, la raíz del río, el tuétano de ese hueso blando que es un río, húmero de los brazos que sostienen la vida en la tierra. Ahora me siento ante un espejo. Veo debajo de la montaña que subo y veo un paisaje similar a esos raíles de árboles por los que avanza el pequeño ferrocarril del riachuelo, miro a la cumbre donde voy a morir y me espera la espiritualidad de las playas. Saber vivir es hallar la poesía de cada una de las cosas en su interior.

Quizás tiene algo de submarino, la interioridad pudo ser descrita por el Nautilus de Veinte Mil Leguas, donde puede anidar la locura, sentir que hay algo divino en nuestra efímera existencia. En este caso, el Nautilus es un espacio de paz. Pilotamos el río de la vida desde el centro del mismo, habitando una estancia interior sencilla y entrañable. Es el mismo que había en los inicios y al final. En ella, las cosas son vidas y sólo el pez de la razón está dentro de una pecera en medio de la mesa camilla del centro de la habitación.

Quisiera un giro inesperado para esta meditación sobre Aquarium de Yerka, pero parece que se impone una paz similar a la del acuario: mirar y respirar esa mirada, pensar de forma que no te ahogues cuando lo bebas. Los peces no beben agua.

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