Fernando Vidal
Twitter @fervidal31
Jacek
Yerka (2007) Aquarium.
La
interioridad une raíces y cielo, principio y final, en ella el mundo y sus
cosas avivan, es un acuario abierto sin cristales ni pared, donde los peces no
beben agua.
Lo
evidente es un riachuelo que comienza a vivir y que respira por un tubo que
echa burbujas en el interior del acuario. Lo evidente es que ese acuario está
en la desembocadura de un río. Todo lo que comunica lo que nace y lo que muere
es una estancia interior que es a la vez estrato geológico de la profundidad de
la tierra y también nube profunda de la que cae una fina lluvia sobre los
campos de los inicios. Esto es lo evidente. El surrealismo es asombro de lo
inesperado que surge cuando se juntan cosas evidentes. La suma de las
obviedades puede generar lo inesperado.
Miremos
el río. En su empezar es casi sólo un camino embarrado. Es más camino que
arroyo. Casi se distinguen las huellas de las ruedas de los carros. Su perspectiva
se fuga al horizonte. Miras desde la juventud al futuro y todo va recto al
infinito; los árboles que crecen a nuestros lados podrían sostener el Cielo. Al
final de la vida todo es más cercano, los árboles se ordenan como un montón de
regalos, no como un plan. Una pequeña playa para descansar y contemplar, más
que un largo camino por recorrer.
Ahora
acerquémonos a la estancia: el fondo del río tendría que ser irregular,
cóncavo, arenoso. En cambio es geométrico, recto, cúbico. También lo alto del
cielo debería ser convexo, esférico, ilimitado: pero es duro, anguloso y plano.
En las alturas celestes no hay una bóveda infinita sino una estancia concreta,
personal, delicada.
Por
esa estancia pacífica circulan todas las corrientes. No es una pecera blindada
sino que entran y salen por ella todos los momentos del río: cuando apenas
culebrea, al abrirse paso pidiendo permiso entre piedras, cuando brota a
puñados y comienza a romper la tierra, el río que se despeña y la aguas vivas
que bajan violentas, la cascada que salta y el cauce que conquista sus
fronteras, el río que excava rocas donde antes sólo escavaba arena, el caudal
que inunda y crea un mundo interior, anchea y se da a la tierra, sostiene
paisajes sobre sí y lleva consigo barcazas y mareas, la enorme corriente capaz
de hacer girar el mundo y que amiga con la Luna, el delta que derrocha y se
entrega a los orígenes y final de todo. Todas esas corrientes atraviesan la
estancia pero ésta sigue siendo habitable pese a las escaseces, los trabajos y
violencias.
El
acuario es la interioridad del río y el curso de la vida. Entremos en ella
porque su puerta es de agua y lo único que nos pide para entrar es que nos
empapemos sin guardar la ropa. EL surrealismo nos reclama la máxima atención al
detalle y el trance que lo trascienda todo. No es fácil entregarse si no hay
confianza, pero la belleza que fascina de este cuadro, me hace creer que hay
algo bueno y verdadero tras los velos del lienzo. Pasemos dentro.
No
hay nadie y sin embargo cada cosa es una criatura. Las cosas han devenido
criaturas o, más bien, cada cosa era en realidad algo vivo. Las dos lámparas
medusa mueven la luz con sus tentáculos y transparencias. Nada está caído, la
gravedad no impone su peso sino que permite la blanda danza de la suspensión.
Entro y habito el acuario.
Un
Escabel pulpo toma con ventosas mis pies y los absorbe poco a poco con su pico
de terciopelo. La piel reptil del sillón es verde y húmeda pero no moja. El
reloj de alga desprende los segundos pacíficamente. Abro el armario y su
naturaleza actinia me deja ver una alta pila de papeles destintados. Pienso que
el agua que respiro en este acuario es la tinta de tanto escrito con mi mano,
la mirada, el sueño, la memoria y la oración. Se ha disuelto de los cuadernos y
la piel y ahora ya es el medio en que respiro.
Habito
a gusto la estancia de la interioridad. Un interior no cerrado, sin cristales,
la raíz del río, el tuétano de ese hueso blando que es un río, húmero de los
brazos que sostienen la vida en la tierra. Ahora me siento ante un espejo. Veo
debajo de la montaña que subo y veo un paisaje similar a esos raíles de árboles
por los que avanza el pequeño ferrocarril del riachuelo, miro a la cumbre donde
voy a morir y me espera la espiritualidad de las playas. Saber vivir es hallar
la poesía de cada una de las cosas en su interior.
Quizás
tiene algo de submarino, la interioridad pudo ser descrita por el Nautilus de
Veinte Mil Leguas, donde puede anidar la locura, sentir que hay algo divino en
nuestra efímera existencia. En este caso, el Nautilus es un espacio de paz.
Pilotamos el río de la vida desde el centro del mismo, habitando una estancia
interior sencilla y entrañable. Es el mismo que había en los inicios y al
final. En ella, las cosas son vidas y sólo el pez de la razón está dentro de
una pecera en medio de la mesa camilla del centro de la habitación.
Quisiera
un giro inesperado para esta meditación sobre Aquarium de Yerka, pero parece
que se impone una paz similar a la del acuario: mirar y respirar esa mirada,
pensar de forma que no te ahogues cuando lo bebas. Los peces no beben agua.
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