Fernando Vidal
Twitter @fervidal31
BNKR (2011) Sunset Chapel. Acapulco (México). http://www.bunkerarquitectura.com/
En
la sección de arquitectura del Magazine Rocket publicaron en marzo de 2011 la
noticia de la inauguración de la Sunset Chapel en Acapulco, México, realizada por Esteban Sánchez, Mario Gottfried y Roberto Ampudia, todos de Bunker
Arquitectura (BNKR), un estudio mexicano formado por un grupo muy activo y creativo, autores también de la Estancia Chapel en 2009. Efectivamente, el proyecto Sunset Chapel fue completado e inaugurado en 2011.
Si
la primera obra religiosa realizada por Bunker Arquitectura fue una capilla
nupcial, esta vez el encargo era una capilla funeraria, un mausoleo familiar:
la Capilla Crepuscular, Sunset Chapel. El contraste con su anterior trabajo
explícito, como declaran en su web corporativa: “cristal versus opacidad,
transparencia v. solidez, etéreo v. pesado, proporción clásica v. aparente
caos, vulnerabilidad v. indestructibilidad, efímero v. duradero”. Las colinas
de Acapulco, donde se ubica la capilla, es una geología de enormes rocas
graníticas formando un variado caos de bolas. La capilla se asemeja
miméticamente a esos bloques naturales y quiere unirse como una piedra más a su
estática espera fusionada con la naturaleza.
Cuando
el día da paso a la oscuridad de la noche, la capilla muestra todo su esplendor
convirtiéndose en una piedra de luz –una luna solar, un sol lunar- que
transparenta una interioridad que redime el cuerpo convertido en roca. Una obra
profundamente espiritual que invita a descubrir cómo resplandece el alma
incluso en los objetos más inertes como son ahora los restos mortales que
alberga.
Los
líderes de la obra han sido Mario Gottfried y Roberto Ampudia y el socio al
cargo del proyecto Esteban Suárez. La curiosa y algo desasosegante web del
estudio ofrece información sobre el trabajo de este prolífico estudio.
Corazón de piedra
Sunset
Chapel es una mole aparentemente compacta que abre una grieta ante la persona
que se pone bajo ella, como la propia muerte muestra la herida de la pobreza de
nuestra existencia. Esa hendidura es la puerta de la capilla, que aparece como
velo que se descorre, pero también herida que se abre ante la persona
invitándola a cruzar el lanzazo hasta el interior. Tiene que ser intencionado
el haberle dado forma de corazón, tosco, un corazón de piedra que por la fe se
convierte en corazón de carne. En este caso, el corazón se hace carne cuando la
carne lo habita, cuando las personas de carne se introducen en su seno. Nunca
lo habíamos expresado así: la capilla con forma de corazón de piedra se hace
carne cuando se mete "carne", personas que vienen a orar, a visitar a
los suyos, a rendir culto, a entrar en el misterio. Así la piedra se hace
carne. La entrada, que es herida, puerta y gracia, pide la mano que se meta en
ella como un Tomás que busca meter los dedos en la herida del costado de
Cristo. Al meternos dentro comprobamos la muerte real, sentimos el dolor de los
seres perdidos, pero a la vez sentimos la luz de su resurrección, la redención
por la Belleza.
La
Sunset Chapel es corazón de piedra hecho carne por el visitante, es lanzada en
el costado de la colina en la que la realidad del muerto recordado muestra la
humedad y vitalidad de la resurrección que no huye a cuerpos esquemáticos,
traslúcidos o espectrales sino que reivindica carne, piedra.
Hermana
roca
La
amistad de capilla y piedra quiere ser hermandad. La capilla quiere ser mole de
granito. Se apoya en su hermana, quiere su gravedad y paciencia, su
inmutabilidad y su enraizamiento a la tierra, su parentesco con los planetas de
noche y ser, como esas enormes piedras, pupila de los mil ojos con que la
colina mira el mar. Sabe que los cuerpos que cuestodia son más piedra que voz,
más mineral que cultura y quiere llevarles a las madres de la naturaleza, a la
reserva del ejército de la vida. Bajar los cuerpos a su naturaleza primigenia
de rocas dando vueltas por el universo. Tras la muerte pastoreamos nuestro
cuerpo como rebaño que no queremos que se disperse, llevándolo al redil donde
descansan todas las moléculas del mineral. En esta obra hay un espíritu
franciscano llevado a la hermandad con el Sol, la Luna y las piedras.
Sunset Chapel, el piano de piedra
El
cuerpo que ya reposa en paz no se descompone al recuerdo sino que conforme va
pasando el tiempo, las fibras del cadáver se van abriendo dejando pasar por
medio la luz. El cuerpo va siendo carne y luz a partes iguales. Puede parecer
un panel de columnas y es cierto, pero las columnas no son las de piedra sino
las de luz, que sostienen esa lámina de agua de la superficie del cuerpo, que
es el rostro. Desde fuera la capilla parecía más pequeña y desde dentro vemos
que es un profundo túnel. Las aperturas entre las fibras no son carne perdida sino
que son carne tendida. Los bancos de la capilla antes fueron las tiras de
piedra que parece faltan en las paredes. Los muros se han quebrado haciendo una
escalera interna y como un piano, han rendido sus teclas a quien viene a saber
el sonido interior de esta mole muerta. La melodía es de luz y no deja de
vibrar, como las propias vidas fallecidas cuya presencia ya sólo es una sombra
que no cesa su canto, un estar que ya sólo es ser.
La muerte es relación
La
materia recibe los rayos de la luz de la conciencia, la luminosidad de lo
sagrado, los rayos solares de la filiación divina. ¿No parecen las líneas de la
parte superior de la fachada de la capilla un chorro de esos rayos del Sol?
Como si los hubieran atrapado y calcado su incidencia e inclinación sobre la
roca. La gracia de rayos que se nos dan, son sedales cuyo anzuelo luminoso
mordemos como peces abisales y tira de nosotros, dobla nuestro cuerpo. La
Sunset Chapel es un credo sobre nuestra doble naturaleza de hombres y dioses,
de carne y espíritu. En nuestro cuerpo se cruzan, nuestro cuerpo se convierte
en la encrucijada del universo, al modo como en la fachada la geometría
convierte la cruz en aspa, hace girar la cruz cristiana en todos sus pliegues.
Todos seremos horizonte
No
puedo evitar creer que ese vallado que se abre en la mitad superior de la roca
es boca cetácea. Siempre he pensado que el alma tiene forma a la vez de ballena
y palmera. Desde luego los árboles no tienen tampoco que sentirse extraños a
ese bosquejo de tallos que se alza sobre la roca recién llegada.
Pero
luz y piedra, carne y espíritu, no huyen cada uno por su lado en cuanto la
muerte firma el divorcio del alma con la vida. Siguen siendo uno. La materia no
es un plano cerrado sino una línea de puntos que por definición nunca está
cerrada. Es más, en toda línea siempre hay más espacio vacío que solidez. La
solidez no es la continuidad sino la relación entre todos los que forman la
línea. Y su relación con cualquier otro cuerpo es también no por el choque sino
por la relación. La materia siempre es relacional: su estructura interna es
relacional y su contacto con lo otro también lo es.
Esta
capilla muestra esa realidad: la mole rocosa no se relaciona golpeando ni con
dureza -durando- sino abriéndose, invitando a entrar, solicitando el abrazo, el
cruce de manos. Al entrar en esta capilla tu propio cuerpo se entrecruza con la
columnata interna. Es un´acto de fe sobre la muerte que ya no aparece como una
pared, dura roca contra la que choca la incredulidad sino que la muerte es una
forma última de relación.
Entro
en la capilla y no puedo dejar de sentir que mi cuerpo muerto está metido en
una caja de zapatos a la que le están levantando la tapa. Enseguida desaparece
esa sensación: veo la cruz del fondo -que deja claro el significado de todos
los travesaños que hay en las ventanas-. No puedo dejar de tener la prevención
de que la cruz va a comenzar a girar y nos va a elevar como un antiguo avión.
El anochecer no hace sino acentuar la sensación. Los maderos de la cruz quieren
seguir los rayos cada vez más inclinados del Sol. Estoy sentado en el séptimo
banco y me parece que algo se eleva en todo ese enorme cuerpo, se hace más
ligero. La fortaleza, solidez, estatismo y gravedad del exterior contrasta con
la sensación de desarboladura, movimiento y liviandad que siento ahora dentro.
Me siento a orar y creo que mi propio cuerpo se abre, que mi costillar se hace
más ancho para dejarme atravesar y fecundar por la luz.
La
muerte es el cuerpo absolutamente abierto, no puede abrirse más, la vida totalmente
abierta, tanto que ya no puede nada por sí misma sino sólo por la gracia de la
luz. El horizonte profetiza nuestro futuro, el mundo totalmente abierto al baño
del Sol. Sunset Chapel es una roca reventada de vida, abierta, entregada. La
piedra se hace gruta, a la piedra le apareció el alma por la presencia
simbiótica del hombre que comenzó a dormir entre sus dientes, que le pintó el
rostro dentro de su caverna. Si la muerte es como una piedra, entonces esta
roca es profeta.
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