sábado, 2 de abril de 2016

IRTNOG, de E.B.White

IRTNOG
Un penetrante artículo de E. B. WHITE (1977) sobre la información en un mundo acelerado.

White, E.B. (1977) Essays. New York: Harper Collins.

 [Traducido por @fervidal31]

"A lo largo de los años veinte llegó a parecer que se estaban escribiendo más cosas de lo que la gente tenía tiempo para leer. Es decir, que incluso si alguien gastara todo su tiempo leyendo tantas historias, artículos y noticias como aparecían en libros, revistas y panfletos, no daría abasto. No es culpa del público lector. Por el contrario, los lectores hacen un real esfuerzo por mantenerse al nivel de los escritores y usan cada momento libre durante sus horas de vigilia. Leen mientras se afeitan por la mañana y mientras esperan el tren y mientras montan en el tren. Entre un gran número de lectores llegaron a una especie de acuerdo tácito, consistente en que cuando una persona dejara caer el testigo de la lectura otro debía recogerlo: cuando un cliente entrara en la barbería, el barbero dejaría el Boston Evening Globe y el cliente tomaría el Judge; o cuando un cliente apareciera en el salón para limpiarse los zapatos, el limpiabotas dejaría el Racing Form y el cliente abriría su portafolios y sacaría The Sheik. Así, siempre había alguien leyendo algo. Los maquinistas de los tranvías leían mientras esperaban el semáforo. El chico de los recados leía mientras iba desde la esquina de la 39 con Madison a la esquina de la 25 con Broadway. Los pasajeros del Metro leían constantemente, incluso cuando estaban aplastados, en aquella posición de pie en la que es imposible leer tu propio periódico pero cualquiera puede leer el de otros sobre el hombro de los que tiene al lado. La gente al pasar por los quioscos paraba un momento durante un segundo para leer los titulares. Quienes iban en los asientos traseros de las limusinas, yendo en dirección Norte por la calle Lafayette al final de la tarde, encendían las luces del techo y leían el Wall Street Journal. Las mujeres en sus adosados se suscribieron a las bibliotecas móviles y leían a Vachel Lindsay mientras el niño se estaba echando la siesta.

Había un tremendo volumen de cosas que se tenía que leer. La escritura comenzó a generar todo tipo de productos derivados. Los lectores no sólo tenían que leer las obras originales de un escritor sino también tenían que examinar lo que los críticos decían, y tenían que leer los anuncios que repetían las críticas favorables, y tenían que leer las entrevistas que añadían informaciones sobre el escritor –tales como que él sólo podía escribir si tenía una galleta de jengibre en la boca. Todo se cobraba su tiempo. Los escritores siempre llevaban la delantera y los lectores quedaban atrás.

Entonces llegó el Reader’s Digest. Resumía todo lo que estaba siendo escrito en las principales revistas y puso una nueva esperanza en los corazones de los lectores. Ahí, pensaba todo el mundo, estaba la solución al problema. Los lectores, desalentados por la ventaja que les llevaban los escritores, recobraron valor y se dispusieron a mantenerse al tanto de cada cosa que estuviera siendo escrita en el mundo. Durante un tiempo les pareció que podían conseguirlo. Pero pronto otros resúmenes y síntesis aparecieron, como Time y Las Mejores Historias Cortas de 1927, y los índices y los Resúmenes de Historia del Well y Newsweek, y Fiction Parade. Hacia 1939 había 173 resúmenes o síntesis en Estados Unidos, por lo cual, incluso si alguien no leía nada sino sólo resúmenes de material selecto y leyera continuamente, no se podría mantener al día. Era obvio que tenía que venir a tomar el relevo algo más concentrado que esos resúmenes.

Y vino. Alguien concibió la idea de resumir los resúmenes. Sacó una pequeña publicación titulada Pith, no mayor que tu pulgar. Era un resumen del Reader’s Digest, Time, Pequeños Cuentos Picantes y el sumario diario de noticias del New York Herald Tribune. Cada uno era tan extremadamente condensado que un lector podría absorber en apenas cuarenta y cinco minutos todo lo que estaba siendo publicado en el mundo. Fue un tremendo éxito financiero y por supuesto aparecieron otras publicaciones imitándola: una llamada Cure, otra llamada Nub y una tercera llamada Nutshell. Nutshell fracasó porque, según dijo un experto, el nombre era demasiado largo; pero otra media docena surgió para ocupar su lugar y durante otro breve periodo de tiempo los lectores disfrutaron de un respiro y lograron ponerse al día con los escritores. De hecho, en tal coyuntura, tras la aparición del Nub, una persona dedicada a detectar yacimientos emergentes de negocio, se dio cuenta de que el afán de resumir había ido demasiado lejos y que había sitio en el campo de las revistas para un contrarresumen –una publicación dedicada a volver a la literatura a granel. Invirtió algo de dinero y editó un enorme producto llamado Amplifo, dedicado a ampliar los resúmenes. En su segundo número el nombre cambió por el de Regurgitans. El tercer número ya nunca llegó a las estanterías. Pith y Cure continuaron ganando y fueron tan excepcionalmente lucrativas que cientos de otros resúmenes de resúmenes vieron la luz. De nuevo los lectores sintieron que las cosas iban sobre ruedas. Salió Distillate, un súperresumen que condensó una novela de Hemingway con la sencilla palabra ‘¡Bang!’ y redujo un extenso artículo sobre el problema de los niños desobedientes con la palabra ‘Zúrrale’.

Se podría pensar que con el avance de una condensación tan drástica, la situación se habría resuelto y que ya se habría producido un equilibrio entre escritor y lector. Desafortunadamente, los escritores todavía aguantaron a la cabeza porque sus declaraciones se hicieron tan numerosas como los resúmenes. No fue hasta 1960 que un graduado del Stevens Institute of Technology, Abe Shapiro, entró en acción con una fórmula inmensamente ingeniosa que hizo alcanzar ya un equilibrio permanente entre escritores y lectores. Shapiro fue una especie de Einstein. Él era un lector prodigioso y como se daba cuenta de todas las cosas que nunca jamás podría alcanzar a leer, llegó a la convicción de que tendría que ser posible dar cuenta de su quintaesencia matemáticamente. Estaba seguro de que podría dar cuenta de todo lo que estaba siendo escrito, reducirlo a una palabra de seis letras y publicarlo cada día. Trabajó en una fórmula secreta y comenzó a publicar boletines diarios revelando sus resultados. Todo lo que había sido escrito durante el primer día en que usó su fórmula fue sintetizada con la palabra ‘Irtnog’. El segundo día, todo quedó reducido a ‘Efsitz’. La gente acogió favorablemente esa destilación matemática y aunque parezca extraño, o quizás no fue extraño en absoluto, la gente estaba plenamente satisfecha –lo que podía llevar a creer que lo que los lectores realmente anhelaban no era tanto el contenido de los libros, revistas y periódicos como la seguridad de que no se perdían nada en absoluto de lo publicado. Shapiro se encontró con que un boletín diario era insuficiente, así que hizo un trato con una imprenta y editó un folleto a las cinco de cada tarde para publicar la Palabra del Día. Fue inmediatamente acogido con éxito.


El efecto sobre la población fue saludable. Los lectores, toda vez que se sintieron confiados en que se daba una cobertura del cien por cien de lo publicado, fueron capaces de desprenderse de la costumbre desnaturalizada de tener todo el tiempo la mirada fija en letras. Liberados de las consecuencias cansinas de su desesperada carrera contra los escritores, encontraron que recuperaban la salud junto con una cierta tranquilidad y un modo de vida más reposado. Hubo un marcado descenso de las úlceras de estómago, lo cual, según los médicos, había sido resultado de dejar que el ojo estuviera saltando nerviosamente de un titular a otro después de una comida pesada. Con la disminución de la lectura, la escritura decayó. Los bosques, que habían sido saqueados para alimentar las imprentas, volvieron a crecer; se dejó de hablar de sequías y la gente habitó un mundo verde con un lento confort."


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