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Un penetrante artículo de E. B. WHITE (1977) sobre la información en un mundo acelerado.
White, E.B. (1977) Essays. New York: Harper Collins.
[Traducido por @fervidal31]
"A
lo largo de los años veinte llegó a parecer que se estaban escribiendo más
cosas de lo que la gente tenía tiempo para leer. Es decir, que incluso si
alguien gastara todo su tiempo leyendo tantas historias, artículos y noticias
como aparecían en libros, revistas y panfletos, no daría abasto. No es culpa
del público lector. Por el contrario, los lectores hacen un real esfuerzo por
mantenerse al nivel de los escritores y usan cada momento libre durante sus
horas de vigilia. Leen mientras se afeitan por la mañana y mientras esperan el
tren y mientras montan en el tren. Entre un gran número de lectores llegaron a
una especie de acuerdo tácito, consistente en que cuando una persona dejara
caer el testigo de la lectura otro debía recogerlo: cuando un cliente entrara
en la barbería, el barbero dejaría el Boston Evening Globe y el cliente tomaría
el Judge; o cuando un cliente apareciera en el salón para limpiarse los
zapatos, el limpiabotas dejaría el Racing Form y el cliente abriría su
portafolios y sacaría The Sheik. Así, siempre había alguien leyendo algo. Los
maquinistas de los tranvías leían mientras esperaban el semáforo. El chico de
los recados leía mientras iba desde la esquina de la 39 con Madison a la
esquina de la 25 con Broadway. Los pasajeros del Metro leían constantemente,
incluso cuando estaban aplastados, en aquella posición de pie en la que es
imposible leer tu propio periódico pero cualquiera puede leer el de otros sobre
el hombro de los que tiene al lado. La gente al pasar por los quioscos paraba
un momento durante un segundo para leer los titulares. Quienes iban en los
asientos traseros de las limusinas, yendo en dirección Norte por la calle
Lafayette al final de la tarde, encendían las luces del techo y leían el Wall
Street Journal. Las mujeres en sus adosados se suscribieron a las bibliotecas
móviles y leían a Vachel Lindsay mientras el niño se estaba echando la siesta.
Había
un tremendo volumen de cosas que se tenía que leer. La escritura comenzó a
generar todo tipo de productos derivados. Los lectores no sólo tenían que leer
las obras originales de un escritor sino también tenían que examinar lo que los
críticos decían, y tenían que leer los anuncios que repetían las críticas
favorables, y tenían que leer las entrevistas que añadían informaciones sobre
el escritor –tales como que él sólo podía escribir si tenía una galleta de
jengibre en la boca. Todo se cobraba su tiempo. Los escritores siempre llevaban
la delantera y los lectores quedaban atrás.

Y
vino. Alguien concibió la idea de resumir los resúmenes. Sacó una pequeña
publicación titulada Pith, no mayor que tu pulgar. Era un resumen del Reader’s
Digest, Time, Pequeños Cuentos Picantes y el sumario diario de noticias del New
York Herald Tribune. Cada uno era tan extremadamente condensado que un lector
podría absorber en apenas cuarenta y cinco minutos todo lo que estaba siendo
publicado en el mundo. Fue un tremendo éxito financiero y por supuesto
aparecieron otras publicaciones imitándola: una llamada Cure, otra llamada Nub
y una tercera llamada Nutshell. Nutshell fracasó porque, según dijo un experto,
el nombre era demasiado largo; pero otra media docena surgió para ocupar su
lugar y durante otro breve periodo de tiempo los lectores disfrutaron de un
respiro y lograron ponerse al día con los escritores. De hecho, en tal
coyuntura, tras la aparición del Nub, una persona dedicada a detectar
yacimientos emergentes de negocio, se dio cuenta de que el afán de resumir
había ido demasiado lejos y que había sitio en el campo de las revistas para un
contrarresumen –una publicación dedicada a volver a la literatura a granel.
Invirtió algo de dinero y editó un enorme producto llamado Amplifo, dedicado a
ampliar los resúmenes. En su segundo número el nombre cambió por el de
Regurgitans. El tercer número ya nunca llegó a las estanterías. Pith y Cure
continuaron ganando y fueron tan excepcionalmente lucrativas que cientos de
otros resúmenes de resúmenes vieron la luz. De nuevo los lectores sintieron que
las cosas iban sobre ruedas. Salió Distillate, un súperresumen que condensó una
novela de Hemingway con la sencilla palabra ‘¡Bang!’ y redujo un extenso
artículo sobre el problema de los niños desobedientes con la palabra ‘Zúrrale’.

El
efecto sobre la población fue saludable. Los lectores, toda vez que se
sintieron confiados en que se daba una cobertura del cien por cien de lo
publicado, fueron capaces de desprenderse de la costumbre desnaturalizada de
tener todo el tiempo la mirada fija en letras. Liberados de las consecuencias
cansinas de su desesperada carrera contra los escritores, encontraron que
recuperaban la salud junto con una cierta tranquilidad y un modo de vida más
reposado. Hubo un marcado descenso de las úlceras de estómago, lo cual, según
los médicos, había sido resultado de dejar que el ojo estuviera saltando
nerviosamente de un titular a otro después de una comida pesada. Con la
disminución de la lectura, la escritura decayó. Los bosques, que habían sido
saqueados para alimentar las imprentas, volvieron a crecer; se dejó de hablar
de sequías y la gente habitó un mundo verde con un lento confort."
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