Fernando Vidal
Twitter: @fervidal31
Cave, Nick (2004) Soundsuit #1. Traje con máscara y
complementos. Colección Soundsuit. http://nickcaveart.com/Main/Intro.html
Estamos ante el primer diseño de la colección Soundsuits creada por el diseñador y coreógrafo Nick Cave.
Su
cabeza se dispersa en decenas de platillos volantes de colorines fantasiosas
que brotan en flor de los hombros y pecho del sujeto. La posición de su cuerpo
está en ese paso del baile en el que se echa para atrás pareciendo que va a
caer. Ritualización del derrumbe y la herrumbre (derrumbre), simulación del
instante en el que en la danza diaria te crees desfallecer y la música prosaica
de la vida te devuelve al paso de la calle de las horas. En este caso, parece
que las volantas que giran al final de los tallos que se levantan en nube desde
el bailarín, tiran de él hacia arriba. Difícil equilibrio de platos que no
romper la ensoñación.
Las
piezas que forman una bandada de colibríes alrededor de la parte superior son
juguetes de hojalata pintada de la vieja infancia. Ingenios antiguos rescatados
de los desvanes del olvido, de las trincheras de los trasteros donde se
resisten a morir triturados en un basural. Joyas preciadas de las tiendas de
antigüedades, réplicas baratas en los coleccionables de kiosko. Tienen forma de
doble cono aplastado, quesos de ovejas de discoteca o senos durmientes que
sueñan con norias de amor. Si un niño lo llevara corriendo podría fácilmente
soñar con platillos volantes. En su interior, una espiral metálica de
serpentina silba lisa al girar el disco, melodía de las sirenas de la vieja
fábrica oxidada del abuelo. Pero también está emparentado con los tiovivos de
feria por sus colores chillones y su decoración de triangulitos, anillos y
estrellas sobrecromados, que es como se sueñan las ánforas griegas enterradas
en el limo del mar.
Una
treintena de esos platillos forman una tormenta traviesa, un enjambre nervioso,
una desbandada de frutas que explotan, golosinas alucinadas que huyen de una
redada, fichas de casino embriagadas. La parte superior de la persona -cabeza,
cuello, hombros, pecho-, donde reside el gobierno del sujeto, es una piñata que
revienta arrojando sus fantasías al cielo. Granada que acaba de explotar y
lanza grandes copos de confetti a la plaza. Pez de mil colores que se fragmenta
en cien escamas voladoras, que forman un cardumen de atracciones de feria y se
mueve compulsivamente de un lado a otro arrastrando al hombre danzante. El tipo
es una palmera de ramas agitadas ante la entrada de un mesías a la ciudad
santa: un parque de atracciones celebra el domingo de ramos.
Podría
ser una celebración en honor al mundo de la hojalata policromada que
proporcionó láminas para formar cochecitos, aviones de juguete, barquitos,
figuras de monos, policías, ladrones y otros animales. Todos eran latas de
conserva y, efectivamente, siguen conteniendo en aceite los recuerdos
entrañables de la infancia, sardinillas de oro y plata.
Pero
el modo en que parece irse a caer de espaldas, ensombrece su carácter festivo,
lo envuelve en un aire dramático y, más bien, se interpreta que el chamán trata
de defenderse de una posesión o una galerna de frivolidades; que le han brotado
largas setas cargadas de esporas de superficialidad. Quizás es la trágica
figura bufonesca del hombre fragmentado en cientos de distracciones pueriles,
atormentado por los demonios de la trivialidad, ludens y demens, ligerezas que
pesan tanto que no le dejan sostenerse en pie. Aunque tampoco deja de dar ese
paso de fiesta, un gesto de conga. Puede que sea la firma de la tragedia,
sonora risa, último sueño de luces del virginal diente de león.
No
se le ve la cabeza, ha desaparecido. Ahora gobierna ese lío de dátiles de
latón, un atasco de tráfico, una orgía a la que sólo están invitados discos de
semáforos. Chamán, promete a los pinochos el trance cromofílico de los malls.
El
cuerpo está todo revestido, a excepción de las manos, desnudas: cubierto por
una sola pieza de textura aterciopelada, estampada de grandes flores variadas,
pétalos amarillentos y rosados, como si un sofá se hubiera puesto en pie en la
casa de una vecina muy anciana.
Este
traje ritual de flores, piruletas y discos voladores podría ser el del loco de
la aldea en sus días de fiesta, a quien alimentan de restos para que dance sus
cascabeles cuando llegue la primavera. un traje muy pesado, casi una armadura
desguazada. El cuerpo de leyenda culmina en una morrena de cantos rodados de
río tropical, un jardín de ojos dando vueltas, senos multicolores, un cráneo
multiplicado en coronillas de pandereta, sonajeros desquiciados, pastillas de
elefante, bonetes de la Conferencia Episcopal del Arco Iris. Hombre o mujer,
carga sobre sí una procesión de carroza de la parada de las flores de un largo
abril. La madeja de discos forma una gran máscara para el nuevo dionisos, dios
de la vida-chuche de gordas neuronas psicodélicas y corazones de latón.
La
condición humana sigue planteándonos las mismas preguntas fundamentales que se
hizo Eva al levantarse aquella primera madrugada en el Valle del Riff. El
demonio de este carnaval no deja de hablarnos, no obstante, de la poda
cuaresmal y el chamán de discos voladores retrocede espantado ante el futuro de
tijeras que cuelgan del cinto del podador a quien nosotros no, pero él sí puede
ver llegar a la higuera de globos multicolor.
Más información en https://www.artsy.net/artist/nick-cave
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