sábado, 2 de abril de 2016

El Moisés de Luis Alberto de Cuenca

Fernando Vidal
Twitter @fervidal31

Cuenca, Luis Alberto de (2010) Moisés. Nueva Revista de Política, Cultura y Artehttp://nuevarevista.net/index.php/poesia/152-luis-alberto-de-cuenca

Moisés

Dame la mano. Hay que cruzar el río
para llegar al otro lado, y siento
que las fuerzas me faltan. Cógeme
como si fuera un bulto abandonado
en un cesto de mimbre que se mueve
y que llora a las luces del crepúsculo.
Cruza el río conmigo. Aunque sus aguas
no replieguen su cauce ante nosotros
esta vez. Aunque Dios no nos asista
y una nube de flechas acribille
nuestras espaldas. Aunque no haya río.

Briech (Marruecos), 11 agosto 2010


Este poema de Luis Alberto de Cuenca me conmovió. Fácilmente uno imagina la larga marcha del pueblo hebreo por el limo del Mar Rojo y el cansancio por la larga brecha lechosa que Yahvé abrió en medio del universo. La vida se hace corta pero muchas de sus noches se hacen demasiado largas. Uno sabe a dónde creyó que iba la última vez que desdobló el mapa de la vida -¿dónde lo he puesto, por cierto? ¿No estaba en el bolsillo de mi camisa, al lado del corazón? ¿Lo bajé luego al bolsillo de las monedas o lo doblé todavía más para que cupiera en la cartera?-, pero el camino es sobrio y no le gusta hablar de su final porque lo Camino es una forma sin fin, no es poligonal sino infinitogonal. No es geométrica sino geoeternal. Y en medio de esa eternidad alguien se sabe tan derrotado que se siente caer. Su mirada no tira más de él. Alguien nos lleva con unas bridas que atraviesan nuestras pupilas y están atadas a dos argollas en el interior de las sienes. Pero el cantor no puede más y sólo tiene voz para pedirle a Moisés que le tome de la mano.

Me encanta esa imagen en la que el cantor se considera un fardo como el que arrastran a hombros los refugiados en sus huidas. En ese camino de pasión que es el Éxodo, en el que hay que subirse la túnica y estrechar el cinto, todo se nos va haciendo fardo. En la constante salida de los Egiptos tratamos de meterlo todo en las maletas, portamos un equipaje pesado en el que nada sobra y todo falta. La dureza del Camino nos va librando incluso contra nuestra voluntad, de lastres. Nuestra voluntad de lastre se ve vencida una y otra vez por las mudanzas que debemos hacer de proyectos, por las expropiaciones de amigos, los incendios provocados, la ruina y el olvido, los trasteros anegados de nuestra conciencia. la desmemoria nos salva de nuestra voluntad de fardo. Y hay veces que nosotros mismos nos sentimos fardo por nuestro carácter, los rencores, los arpones que arrastramos en nuestro costado, los sueños rotos que crujen como las bolsas enganchadas en los bajos de un automóvil por la autopista... Cesto de mimbre del que salen las varas que chocan unas con otras y amenazan con desparramarse por el resto de algas, naufragio y conchas muertas que dejó el mar que se retira a nuestro paso. Me pesan encima las lanzas y banderas que enarbolan los ejércitos del Faraón.

Y el tercer movimiento del poema es conmovedor. Ayúdame, Moisés, a cruzar el camino del río que nos abrió Dios aunque no haya camino ni río ni Dios. Queda solo la mano de Moisés, la ética sobre la ontología, la compasión antecede a cualquier nombre. Lo que salva no son las fuerzas para llegar a la otra orilla sino las manos que hayamos estrechado.


Pero es que esta plegaria no es pronunciada por alguien que suplica a Moisés sino que el cantor es el propio Moísés que clama a su Dios. Entonces esa mano se convierte en en el universo que nos estrecha la nuestra, en la Historia que sale a nuestro encuentro y cuya palma y muñeca recorremos, en travesaño con que cruzamos nuestra vida.


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