Fernando Vidal
Twitter @fervidal31
La
mujer esponja
Anónimo
Sienés (1360-80) Nuestra Señora de la
Anunciación. Colección Carmen Thyssen-Bornemitzsa.
Arrodillada,
la Virgen es fecundada por el vuelo de la Palabra de una Paloma, sin descorrer
la cortina ni rasgar el fino papel ni descoser las costuras. Se nos presenta el
momento en que exactamente María siente la concepción. Mucho más allá del
pasmo, una mirada que contempla el tuétano de la realidad, la osamenta del
mundo desnuda de agua, roca y tierra: osamenta hecha de verbos que zumban.
Imagino que mis huesos fuesen cañas -que lo son, como aquellas cañas que mi
abuela echaba en la olla, abiertas, astilladas y esponjosas en su interior
partido en dos- y fueran recorridas por palabras: que mis huesos son flautas de
voces que no dejan de crear. Más: que no hay hueso ni cuerno sino un sólido
espacio sostenido solamente por la consistencia de las palabras, que no son
viento ni tinta sino ellas mismas, no pronunciadas siquiera sino un cimbreante
significado capaz de arquear la realidad de la carne en su torno.
Ahí
se me aparece la monumentalidad de esta Virgen del arco del único triunfo,
arrodillada no ante nadie sino ante el Todo. La Virgen en la Anunciación es
arco triunfal, puerta monumental por la que entramos en el propio mundo:
salimos de nuestra ciudad siguiendo la Estrella y al mismo salir acabamos
entrando en lo más profundo de la misma ciudad. La única forma de entrar en lo
más hondo de nuestra ciudad es saliendo de ella.
La
Virgen, Arco Triunfal sostenido sobre el cráneo vacío de su apertura: es el
arco abierto como una boca de asombro, el espacio inaugurado, el lugar de
silencio, la transparencia virgen que la luz no hiere al pasar. Puerta sin más
goznes que una voz que la recorre de arriba a abajo, sin más materia que el
sentido. Umbral en el que la Historia se convirtió en historia del Infinito.
No
puedo dejar de ver los agujeros de las termitas en el madero que ha dado cuerpo
a María. Pienso en tantos intentos de violar la historia que han quedado en
mero serrín en el suelo de la biblioteca. Termitas que pueda que tengan hambre
de gracia pero son incapaces de entrar sin romper las ventanas. Desde fuera es
una esponja de madera capaz de acoger a todas las torpes termitas de este
desierto y desde dentro es la esponja que mete en su pequeñez todo el océano de
la Palabra.
Ella
es tan sabia porque su carne de esponja absorbe todas las corrientes de su
interioridad y las consolida transformándolas en cuerpo. Tuve que saberlo al
besarla. Mis besos ya no estaban al pasar de nuevo por la piel donde ya besara.
Ni traza, ni siquiera el dulce y salino sabor de sus huellas. Todos los absorbe
y hace huéspedes en sus estancias internas, los escancia junto con las
caricias, las miradas, los gestos y los roces, al fontal de la interioridad.
Allí crearán con el tiempo una nueva corriente que, de nuevo elevada, crea una
nueva capa de piel. Cuando ella pasa su cuerpo por mí, se lleva todos los
rastros que las lágrimas dejan como caracoles, arrastra los carteles que los
mercaderes y militantes me han ido pegando con blanda cola de lema, chupa las
espinas clavadas en los codos y rodillas en el día por la ciudad, la escayola y
el carboncillo del maquillaje, el pintalabios que deja tanta conversación. Se
los lleva todos absorbiéndolos en reguero a su interior recorriendo los
alveolos de su esponjosa carne hasta aguarlo en duro aguardiente o bolita de
alcanfor.
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