Fernando Vidal
Twitter @fervidal31
Jacek
Yerka. Otoño.
Puede
ser un bosque pero también la ramificación cardiovascular de nuestro cuerpo o
las raíces nerviosas que se extienden arborescentes por todo nuestro interior.
Puede
ser un bosque pero también una poesía en la que cada palabra remite a otras y
éstas a múltiples imágenes y así hasta el infinito de nuestros recuerdos.
Puede
ser un bosque pero también la lista de mensajes que he enviado hoy y que se
dispersan por las redes sociales de mano en mano hasta el extremo del mundo.
Puede
ser un bosque pero también los hombres originarios que tuvieron hijos y éstos
dieron paso a otra generación y así han ido elevando una escalera que se abre
más y más hasta llegar a mí y yo me entrego al futuro por los míos.
Puede
ser un bosque pero también una batalla en la que unas espadas chocan con otras
y los ruidos golpean a sus ecos y luego sacan los puñales y cuando éstos se
desgastan, se arañan con las uñas y al final estrechan sus brazos agitándose
cada vez más pequeños sin fin.
Puede
ser un bosque, es cierto, pero también una noche tras otra nuestros cuerpos
enlazados elevando cruces de manos y miradas, sutilezas y el peso de las plumas
sobre el cielo, la lluvia de matices y la hondura de las raíces.
No
digo que no sea un bosque, podría serlo, pero también las experiencias que han
sembrado mi vida y que poco a poco se van disgregando en recuerdos que se
parten, se dispersan en sensaciones cada vez más pequeñas, brotes que crecen como el caracol cuando siente la
humedad. Pero es cierto, es un bosque.
El
bosque capaz de arraigar en el pozo de un volcán y en el cráter de un corazón,
el bosque que crece desde las brasas del lar de una familia dando techo a todos
y huéspedes, el bosque generoso para brotar y abrazar la tierra quemada, que
incluso bajo el fuego la guerra es capaz de ahuecar hogar. Bosque capaz de
hacerse con una estrella, bosque que profundiza hasta enraizarse en el núcleo
fundido del centro de la Tierra. Bosque que se eleva reventando las lápidas
ardientes de los cementerios y que apacigua los ojos ígneos del carbón.
La
zarza que ardía sin consumirse y el bosque incandescente sin quemar. Acaso no
sea el cosmos un bosque donde las estrellas son puertas, ventanas y balcones.
La zarza inflamada ha crecido en nuestro interior hasta formar una extensa
foresta de devoción. Las ramas acogiendo la esfera de la Luna y la corteza
salpicada de lunares de reloj: el tiempo que arde al fuego de la eternidad pero
no se gasta ni corre ni desprende un solo pétalo de segundo. El reloj ardiente
que no consume su tiempo. Las páginas bíblicas que atraviesan volando lentas la
masa forestal sin prender, elevadas sobre el aliento del fuego, los vapores de
la raíz. EL otoño es el tiempo dela siembra de la Zarza Ardiente, el momento en
que entrega sus vástagos al Sol, el celo de la pasión que sólo sabe
tartamudear.
Puede
ser bosque el que arda sin consumirse pero también nuestra sangre y nervio y
los huesos con su tuétano incandescente, las poesías llenas de lava y los
mensajes son fénix que se queman y vuelven a resurgir de sus cenizas de boca en
boca, los hombres originarios que no dejan caer mano a mano las antorchas y una
batalla de chispas, la noche ruborizada
de amor y las experiencias que son pájaros faro iluminando la noche con su haz
de hachas de luz. Pero ya sé que es sólo un bosque y la hora de las raíces. La
siembra de la Zarza Ardiente.
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